Lenguaje “en modo negocio”: un remedio contra la Ola #AntiESG
Este artículo intenta explicar cómo el lenguaje en “modo negocio” puede ayudar a paliar, en cierta medida, la ola #AntiESG o #AntiSostenibilidad que vivimos actualmente. Si el lenguaje, en los tiempos de polarización que vivimos no ayudan; puede ser una vía más para poder reencontrarnos en un punto de racionalidad económica y científica en torno a la sostenibilidad, no hay que dejar de utilizarlo.
Últimamente, hablar de sostenibilidad ha dejado de ser el punto de encuentro que fue a primeros de los 2000 y se ha convertido en una pieza más de polarización política que vivimos. Por eso, últimamente, siempre que empiezo una charla sobre sostenibilidad, y como no sé qué me voy a encontrar en la sala, empiezo con dos anécdotas separadas por quince años de diferencia.
La primera anécdota la viví en 2008 cuando, como responsable de sostenibilidad de la empresa en la que trabajaba entonces, llevé el primer plan de cambio climático a la comisión del consejo. Recuerdo que un consejero levantó la mano, me preguntó si yo era comunista y me dijo que, como el cambio climático era la bandera de enganche de los movimientos de izquierda, no quería que la empresa liderase públicamente ese debate. Así que, pasamos a otro tema. El caso es que, tres meses más tarde, volví a la misma comisión con el mismo plan… solo que me acompañó el director de operaciones e introdujimos un sutil cambio en el título: en lugar de llamarlo Plan de Cambio Climático, lo bautizamos Plan de ahorro y eficiencia energética. El mismo consejero que había levantado la mano tres meses antes, pidió de nuevo la palabra y me felicitó: “Eso es lo que hay que hacer: ser eficientes y ahorrar”. Ahí saqué una primera lección: el lenguaje importa y a los consejeros hay que hablarles en modo negocio, no en modo agenda pública. El lenguaje importa y a los consejeros hay que hablarles en modo negocio, no en modo agenda pública.
El lenguaje importa y a los consejeros hay que hablarles en modo negocio, no en modo agenda pública.
La segunda anécdota ocurrió hace unos meses, en 2025, cuando me pidieron que entrevistase a varios miembros de la alta dirección de una compañía industrial. Me avisaron que su director de operaciones “no creía en la sostenibilidad”. Nada más empezar la conversación me dijo: “solo puedo dedicarte unos minutos porque tengo cosas más importantes que hacer que hablar de estas cosas de comunistas”. Y ahí me vino a la cabeza mi conversación de 2008 y me interesé por aquello que era importante para él. Me dijo que le preocupaba mucho el coste de la energía, la carencia de agua por la sequía y la gestión de los residuos de su proceso de producción. Después de escucharle le dije: “¡llevas más de veinte años gestionando sostenibilidad y no lo sabías!” Le dije también que, en mi “jerga de sostenibilidad” a sus preocupaciones las llamábamos cambio climático (ahorro energético), estrés hídrico (sequía) y economía circular (gestión de residuos) y que en realidad los dos hablábamos de lo mismo, solo que con diferentes palabras. Su respuesta me resultó, como en 2008, muy clarificadora: “yo pensaba que íbamos a hablar de la Agenda 2030 y no de esto”. Una vez más saqué otra lección: a los miembros de un comité de dirección hay que hablarles también en modo negocio, no en modo jerga.
A los miembros de un comité de dirección hay que hablarles también en modo negocio, no en modo jerga.
Así que de eso va este artículo. De cómo el lenguaje en “modo negocio” puede ayudar a paliar, en cierta medida, la ola #AntiESG o #AntiSostenibilidad que vivimos actualmente. Y digo en cierta medida porque no podemos olvidar que tanto en los Estados Unidos como en Europa estamos viviendo, aunque con grandes diferencias de intensidad, una retracción en algunos marcos legislativos en materia ambiental, social y de gobernanza que son más profundos que el mero uso del lenguaje.
Pero el lenguaje ayuda. Y ayuda mucho. En este sentido mi guía siempre ha sido Tomas Moro que, durante el proceso histórico que dio lugar a la Iglesia anglicana, estuvo manejando durante meses el uso de las palabras para conseguir firmar un juramento que permitiese mantenerse doblemente fiel a su Rey, Enrique VIII, y al Papa de Roma. Elegir bien las palabras correctas, la estructura gramatical, los puntos y las comas… eran las armas con las que él intentó luchar para conseguir un punto de acuerdo. La realidad es triste: el lenguaje no le salvó de ser decapitado por Enrique VIII; pero la enseñanza sigue ahí.
Por eso me ha parecido interesante empezar una suerte de diccionario que persigue “traducir” las expresiones de la jerga de sostenibilidad, (que para algunos pueden ser activistas, comunistas, ideológicas o woke) a la jerga empresarial más pegada a la cuenta de resultados. Y no olvidemos que el lenguaje contable es, como recuerda mi amigo Alberto Castilla, las primeras escrituras nacieron como una herramienta contable para administrar excedentes agrícolas y transacciones comerciales en Mesopotamia, en el período Uruk tardío (aprox. 3300–3000 a.C.), no como un medio literario o artístico, en el sur de la actual Irak. O sea: el ser humano empezó a hablar de números, no de “poesía”, y mucho menos de cuestiones relacionadas con la sostenibilidad.
Me ha parecido interesante empezar una suerte de diccionario que persigue “traducir” las expresiones de la jerga de sostenibilidad, (que para algunos pueden ser activistas, comunistas, ideológicas o woke) a la jerga empresarial más pegada a la cuenta de resultados
Adjunto aquí una primera lista de lo que podría ser ese diccionario. Es el inicio de lo que, me parece, va a ser un proyecto de investigación más amplio. Lo comparto en este post para iniciar el debate y para, si a algún lector le apetece, hacer un llamado público a recibir sus aportaciones.
El lenguaje no es la solución a la situación que vivimos, pero puede ser una vía más para poder reencontrarnos en un punto de racionalidad económica y científica en torno a la sostenibilidad,
Soy consciente de que el uso del lenguaje no es la solución a la situación que vivimos. Pero si puede ser una vía más para poder reencontrarnos en un punto de racionalidad económica y científica en torno a la sostenibilidad, no hay que dejar de utilizarlo. Los tiempos de polarización que vivimos no ayudan; pero creo que merece la pena hacer un intento…. eso sí, sin olvidar las enseñanzas de la historia como la que vivió el bueno de Tomás Moro: el lenguaje ayuda, pero no resuelve los problemas de base.