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Jefe, ¿Vale para algo mi trabajo?

Hace unos años, en una etapa profesional en la  que, por casualidades de la vida, estaba vinculado al Derecho, uno de los mejores asesores jurídicos   del país me dio un gran consejo: “No te deprimas - me dijo- si crees que tu trabajo no vale para nada y termina en la papelera. Yo ya lo he asumido. Estadísticamente he  comprobado a lo largo de mi vida profesional que de cada 100 folios que escribo con dictámenes, sólo dos valen para algo; los 98 restantes terminan en la papelera. E insistió en sus recomendaciones. Ya no me  deprimo por esas cosas, ya sé las reglas del  juego; y ahora las manejo a las mil maravillas”.

Pues de eso va la tribuna de hoy. De explicar las entretelas de esa regla tácita que  afirma que el 98% del trabajo que uno realiza al día termina en la papelera (con la consiguiente  sensación de tiempo, dinero y también autoestima  perdidos) y que sólo el 2% del trabajo ve la luz y  sirve para algo. Y si no me cree, hágase esta pregunta cuando vuelva hoy a casa: “Y de todo lo que he hecho hoy… ¿qué vale para algo y qué no es más que una miserable pérdida de tiempo?”

Para ayudarle a responder esa pregunta, abordemos  juntos algunos puntos de interés. El primero es éste. En el trabajo pasa como en el fútbol: para meter un gol, los equipos más normalitos (que son, que somos, la mayoría) tienen que tirar un montón de veces a portería; y muchas veces, ni por ésas encaja el gol. Y pasa también como en los toros: para cuajar una buena faena, hay que haber matado primero muchos toros en plazas de mala muerte, jugándose la vida  a cambio de un poco de oficio.

Pues bien. En el trabajo pasa lo mismo: para encajar una buena decisión, hay que haber movido  muchas piezas, tocado muchos resortes, hablado con muchas personas y realizado un precioso ejercicio de evangelización. Porque eso, exactamente eso es el trabajo: preparar las condiciones, responder las llamadas telefónicas, contestar los correos, madurar el terreno, generar el network, ganarse la confianza, gestionar los tiempos y, si es necesario, tomarse un café con alguien. Sí; es verdad; es pesado y en realidad es una aparente pérdida de tiempo.

Pero créame: sin ese trabajo previo de desgaste, no sería posible nunca alcanzar el 2% de efectividad del que tanto nos quejamos. En esto,  el ciclismo es un deporte que ha entendido muy  bien la técnica del 2%: para ganar en la eterna subida a los lagos de Covadonga y hacer daño a los rivales, hay que calentar la carrera desde el primer kilómetro y atacando en los cuatro o cinco puertos de primera que preceden la subida a los lagos.

El segundo tema importante es comprender sus  propias responsabilidades. Piense una cosa. A usted ¿le pagan por decidir o por ayudar a que otros decidan? Normalmente, a menos que usted sea presidente, consejero delegado o director general, le pagan  para que quien decida tenga todos los datos (los mejores datos) y toda la información (la mejor  información) con los que decidir lo mejor para la compañía.  Dicho de otra forma: le pagan para centrar los balones al área, para hacer los mejores pases de  gol, para hacer muchas entradas por la banda, para defender los huecos en defensa… y para que su jefe meta los goles.  Es decir: le pagan para que ayude al que tiene que  decidir. A lo mejor, de tanto pase, y de tanta carrera por  la banda, tiene usted la suerte de meter un gol. Pues disfrútelo, que ahí estará su 2%.

En tercer lugar, como diría Manolo García, el cantante, “nunca el tiempo es perdido”. Es decir, no tenga usted la sensación de que cuando un centro no se remata a gol es un error; no tenga la idea de que aquel proyecto que propuso  y no le aceptaron ha muerto para siempre; no  piense que aquel informe que preparó con tanto esmero quedará para siempre olvidado en un cajón. No tenga esa sensación, por favor. ¡Piense en verde! -como reza el lema de una cerveza- y recicle todas sus ideas. Que aquel proyecto no salió… pues sáquelo tres meses más tarde del cajón y recupérelo; que aquel  párrafo le quedó tan bonito y nadie lo valoró…  pues úselo tres veces; que está convencido de que, en aras de la coherencia, tiene que decir 10 veces  lo mismo… pues dígalo. No sea tonto y recuerde la importancia de las modas: ¿a que su hija se pone hoy aquel horrible  vestido de la abuela? Pues ya sabe, nada de tirar a la papelera, y opte por reciclar y archivar todas sus ideas. Ya conoce el refrán que dice: “El que guarda halla”.

Por último, si al final es usted quien tiene que  tirar el trabajo de otros a la papelera, no haga, por favor, a los demás lo que no le gusta que le hagan a usted y, sobre todo, no mate las ganas de seguir generando aunque tan sólo sea ese 2%. Pues bien, hasta para eso hay que valer. Explíqueles a los otros por qué aquel trabajo va a la papelera o al archivo. Explique que pueden haber cambiado las prioridades o que el momento ahora no es el mejor.  ¿Acaso no ha vivido esas situaciones en su propio pellejo? Pues ya sabe: en su mano está, y es su responsabilidad, no la de otro, que la autoestima del individuo no acabe también en la papelera, junto con sus ganas de trabajar, su motivación y  su creatividad.

Aunque sólo sea por egoísmo corporativo, por las  veces que le han sacado del charco, nadie merece  que le nieguen el respeto por su trabajo. Y asuma sus errores, como corresponde: quizá usted no se explicó bien en aquella ocasión y como consecuencia alguien trabajó en balde.

Ya sabe. La papelera como el vaso, se puede ver desde dos puntos de vista: o medio llena o medio  vacía. Depende de usted mirarla de una u otra forma. Mi consejo es que disfrute con el 98% de lo que se tira, porque, como decía Machado, “se hace camino al andar”.


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