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Delegar para arriba o deshacerse de los monos

Hace unos días, un amigo me comentaba la anécdota que había vivido con su Presidente. “La verdad es que a mí me toman el pelo – le decía. Resulta que al Consejero Delegado y a los Directores Generales les ha dado por delegar para arriba. Ahora me toca hacer dos trabajos: el suyo y el mío”.

Y me acordé de los monos. Sí; no se asusten. La tesis es maravillosa: los problemas y los monos tienen algo en común: su “tendencia tropista ascendente”. Es decir: igual que los monos suben a lo más alto del árbol para huir del peligro, muchos profesionales delegan para arriba lo que, en teoría, ellos mismos debieran resolver. Vamos: que le paso el marrón a otro. (Les aconsejo el libro “El ejecutivo al minuto y la organización del tiempo”, (Kennet Blanchard, Willian Oncken Jr. y Hall Burrows).

Y de esto hablamos hoy: de la capacidad de algunos para pasar a otros sus marrones y de la de otros para meterse en sus charcos y en los de su equipo.

Para empezar, entendamos el problema. ¿Cuántas veces está Ud hasta arriba de trabajo, mientras ve cómo su gente espera a que Ud. haga algo que ellos necesitan para seguir adelante?. ¿Y cuantas le han dicho “Hola jefe… ¿cómo va lo mío”?. Pues bien. Entérese ya de una vez: su llamada pendiente, su gestión incompleta, su reunión sin convocar, su nota sin contestar… ese próximo paso suyo “sin el que su gente no puede seguir”, es lo que Oncken ha llamado el Mono. El mono es la “próxima jugada”, es el marrón que le pasan a Ud. para que la pelota viva en su tejado.

¿Quién tiene la culpa?. No se engañe. Tan culpable es Ud, como su  equipo. Ud., lo es porque, queriéndolo o no, se pone ecologista y le da por recoger monos para cuidarlos, mimarlos y, de paso, demostrar que es buen samaritano, superman y el “gran hermano” que todo ve y controla. Y su equipo también es culpable, porque dejan por ahí tirados a sus monos, para no cargarlos a la espalda ni oírles gritar cuando tienen hambre.

¿Que puede Ud. hacer?. Oncken da las cuatro reglas básicas contra el síndrome del mono.

La primera es describir al mono. Es decir, si el mono es “la próxima jugada”… el consejo es claro: la conversación entre Ud. y su equipo no puede terminar sin definir “las próximas jugadas”. Es decir; que queden claras las tareas del equipo (no las suyas, no se confunda) para que el tema se muera. Esta regla tiene muchas ventajas: exige preparar las reuniones con detalle; propicia la iniciativa del grupo para proponer los siguientes pasos; evita la “parálisis por el análisis” porque la pelota siempre queda en el lado de ellos; y, sobre todo, aporta seguridad al grupo porque todos saben qué hacer.

La segunda regla es establecer un régimen de propiedad para el mono. Todo mono debe tener su cuidador, y, además, debe ser atendido en el nivel organizativo más bajo que garantice el bienestar del animalito. Esta idea de Oncken es una bendición para usted. Por un lado, le brinda la estrategia: coloque al mono siempre dos ramas por debajo porque siempre tienden a subir. Por otro, le regala tiempo: cuanto más te libras de los monos de tu gente, más tiempo te queda para atenderla en lo importante. Y, por último, le crea profesionales: para desarrollar responsabilidades en las personas lo mejor es obligarles a ejercerlas. Reconozcalo: ¿cuántas veces ha tenido Ud. la tentación de quitar a un colaborador un tema porque Ud. lo hace antes y mejor?. Que se equivoquen.

La tercera regla es establecer una póliza de seguros para el mono. Tampoco vamos a dejar a los simios solos en la selva departamental. Oncken nos propone dos tipos de pólizas. La primera es proponer primero, actuar después, para que sepamos qué se va hacer. Y la segunda es actuar primero, e informar después, para que no le pillen en un renuncio.

La cuarta regla es revisar el mono. No se olvide: los monos son como los niños: comen cinco veces, duermen ocho horas, y necesitan revisiones periódicas del pediatra. Por eso es recomendable que recuerde siempre los papeles: su equipo es el padre y la madre del mono; pero Ud. es el pediatra. Ponga tantas revisiones como crea necesarias para ver qué lindo y rollizo va creciendo el animalito.

Pues bien. Ahí tiene a los monos. A lo mejor ahora va y cambia de opinión, y ni la mona Chita de Tarzán, ni el mono Amedio de Marco, ni Mr. Wilson de Pipi Calzas Largas le parecen ya tan simpáticos. La verdad es que a mí los monos nunca me gustaron. Chillan, muerden y huelen mal. Anda y que les den… cacahuetes.

Publicado en el Diario Cinco Días, 1 de febrero de 2002

 


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COMENTARIOS2 comentarios
10 May 2011 | Responder
Hay un libro sobre "The One Minute Manager" y los monkeys.

El consejo con el que me quedé: cuando se acerca alguien que me dice: "¿Podemos habla? Tengo un problema", hay un mono que tenía los dos pies en su hombro y pasa a tener uno en el mío. Es importante recordar que cuando la conversación se acaba, el mono no se partirá en dos; hay que tener claro en ese momento quién se lo queda.

Saludos cordiales
Alberto Andreu
10 May 2011 | Responder
Ricard: Este artículo está basado en ese libro. Tienes toda la razón. El mono no se puede partir y, por lo general, tiene tendencia tropista ascendente... o sea, que te sube por la pierna y se queda en tu espalda. Un abrazo
Espere...


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